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Otros Silfos y Dríades (14)
13.07.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
Se marcha la noche fría
cegando estrellas trementes
que refulgen inocentes
bajo su propia agonía.
El lucero aún porfía.
Se resiste a fenecer,
pues, rayando amanecer
en el horizonte oscuro,
hace con el alba un muro
para prolongar su ser.
Una de las incomodidades más pesadas de los viajes largos en autobús para mí es hacer el trayecto de noche, no porque nos pueda ocurrir como a mi prima Ros volviendo de Buenos Aires a Rafaela en la provincia de Santa Fe, que se quedó dormida y se plantó en Córdoba, sino todo lo contrario, porque soy incapaz de dar siquiera una cabezada.
Emprendemos el viaje desde Cabra con la caída del sol para amanecer en Galicia. Los últimos olivos se desdibujan con la anochecida y a partir de ese momento sólo intuíamos tras la negrura de la noche los viñedos manchegos, los hostales taciturnos de las estaciones de servicio, los halos o aureolas luminosas de las poblaciones, los mares de espigas castellanos reforzando la solidez de sus fortalezas, ya que no había otra manera para distraer la tensión muscular al no conseguir dar ni una corta cabezadita.
Pasada Astorga, el frío de la madrugada empaña la cinta albar que el nuevo día levanta hacia oriente engullendo los postreros centelleos siderales. Pero el lucero vespertino resiste, se aferra a su propio ser y permanece asido a la mórbida pesadez de mis ojos. Porque los astros como los hombres: se aferran a quedar dentro de su propia finalidad aunque no se entienda.
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