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Otros silfos y dríades
20.06.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
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Pálidas nubes plomadas,
jirón de cielo azulino
con transitar paulatino
sobre las cumbres nevadas;
las hojas a bocanadas;
en un recorte acotado,
el verde matiz clavado
junto a los campos bermejos;
y el horizonte a lo lejos
entre brumas recostado.
Llegando a San Andrés, noviembre nos ha sorprendido con una copiosa nevada que, aunque en el valle no se notó mucho, dejó las cumbres blanqueando, las veguillas y los arroyos con la rigidez perlada del entumecimiento, los olivos con la húmeda destemplanza de la madurez y todo el paisaje con el escalofrío de las primeras heladas.
Este repentino panorama, desde el Paseo del Cañuelo, se amplía y se dilata como si un mágico diorama lentamente agrupara a un tiempo ligeras nubes grises, leves retazos de cielo, espirales de hojarasca sobre el nuevo verdor y el rojizo cárdeno de los cerros, lomas y montecillos que difuminan con precisión la lejanía, bajo la sombra dorada de la tarde.
Y aunque la estampa es única e irrepetible, los ojos se me humedecen y el pecho se agita conteniendo mis latidos, porque tiempo atrás, en un día muy parecido, unas de las primeras ilusiones del sentimiento desapareció entre las lomas de un remoto horizonte que nunca ha conseguido levantarse y despegar cortando el hilo de su dilatada pesadez.
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