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Otros silfos y dríades
27.05.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
12
Leve cendal de calina
desdibuja la espadaña
que al valle en tañidos baña
y a la oración lo encamina.
El alba se hace cortina
de invisible cristalera
y envuelve con faz severa
el perfil del panorama
donde desnuda se inflama
su luz de ardiente quimera.
Para salvar las humedades primaverales, decidimos acampar en la era que había próxima al cruce de la carretera de Rute con el carril que asciende primero hacia la Sierra Horconera y que luego se bifurca buscando Puerto el Cerezo y la cima de la Tiñosa. Así evitaríamos el molesto entumecimiento y calambres que deja la frialdad de la madrugada cuando se duerme a raso. Desde la era, la panorámica se hacía más gratificante: a nuestros pies, la aldea de Los Villares con la Sierra Gallinera enmarcando los cultivos, y detrás, resaltando su fragosidad, el abrupto perfil del Tajo Peñalisa y el Pico Bermejo, y sobre nuestras cabezas, abierta al infinito, toda la hermosura de un cielo estrellado junto al exuberante aroma del campo de mayo.
Con las últimas estrellas nos despertó el retumbo alborozado de la campana que se intuía en la espadaña de la pequeña ermita del poblado, escondida entre los insinuantes vapores del amanecer mientras alentaba a la oración mañanera. No habían enmudecido los ecos de sus tañidos entre una brisa cargada de tersos flujos sonoros, cuando todo el paisaje asciende envuelto entre la transparente claridad albar de la aurora, al tiempo que las cumbres adquieren el viso dorado del nuevo despuntar del sol. No podemos detenernos más, el camino será extenuante, dejamos correr la luz por el arroyo del alma y empezamos el ascenso hacia la cumbre.
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