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Otros silfos y dríades
19.04.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
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Olor lila de las lilas,
olor dulzón, persistente,
arrobas tenaz la mente
con balsámicas esquilas.
Olor que al fluir destilas
fogoso dardo aromado
y hasta el ensueño has llegado
con seductiva insistencia
para varar la existencia
dejando mi ánimo anclado.
Todas las primaveras mi abuela paterna solía pasar unos días con nosotros. Eran jornadas especiales en nuestra rutina cotidiana, de alegría y contento, porque la presencia matriarcal relajaba bastante las obligaciones. Y, nada más llegar la abuela, igual que las golondrinas aparecen de repente, se personaba la chacha Dulce con un hermoso ramo de lilas como agasajo de bienvenida.
La chacha Dulce era premiosa y cansina pero muy madrugadora. Apenas amanecía llegaba diciendo que no podía pararse, que tenía mucha tarea pendiente, pero, cuando mi abuela y mi madre le daban conversación, terminaba pasando todo el día en la casa y, aunque decía haber comido previamente a la visita, nunca se marchaba sin almorzar ni antes de la merienda y con su cesta llena de avío de todo lo que había en la despensa, para que no se preocupara de la cena.
El olor de las lilas era dulzón, remachado, cuando se pega a los pulmones adormece la vitalidad y embota la lucidez con miles de cencerrillas asfixiantes que profundizan hasta crear melancólica aureola de sopor. Mi padre no aguantaba la embriaguez empalagosa de las lilas y en cuanto llegaba a la casa, las lilas se sacaban a la galería del patio. En cambio, a mí me producía un arrobo total del que no me hubiera importado desprenderme aunque me hubiese quedado anclado en una pubescencia eterna.
Antonio Serrano Ballesteros
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