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Escarcha en el sombrero
06.01.09 - Escrito por: Eduardo Luna
El columnista del semanario Golden Years hipnotizaba a sus clientes con la triste y cruel delicadeza de una gota de escarcha cuando cae en el hombro de cualquiera que pasa por la vida y sólo deja frío de regreso a casa. Leonard Wellington llevaba años estafando a sus lectores y cambiando el abrigo gris que llevaba a la tintorería cada vez que Greta Brown lo invitaba a cenar alguna que otra noche de soledad in contenida. Era un tipo detestable, se rodeaba de legionarios del miedo, armados hasta los dientes con pistolas de juguete que desenfundaban en los pocos bares que no tenían reservado el derecho de admisión. Tanto la alcaldesa Brown como este secuaz corpulento y absurdo, cada diez días lanzaban misivas a los ciudadanos que hacían sonar las alarmas hasta en la pajarería del pobre Howard que sólo abría el día que no estaba en el hospital. Brown y Wellington eran una pareja ideal como el Golden Years para una ciudadanía que se dejaba manipular con redacciones de espanto y charcos de tinta en cada portada de aquella mentira. Los políticos y los medios de comunicación en esta ciudad que se convierte en espíritu cada madrugada, representaban el matrimonio perecedero de cuatro años para cambiar el voto y también para cambiar al próximo/a vividor/a de la última casa de la avenida 54. Desde el Good Morning News, nos esforzamos por contar lo que no quiere leer Brown y sus concejales sacados de una novela de Edgar Allan Poe.
Pero contamos la verdad y los ciudadanos nos eligen. El Golden es un espejo roto en medio de un gran salón. Un espejo que ha masacrado vilmente a los chicos de Epopeya que malviven en la sombría espera de su corta vida, dónde la felicidad sólo es una frase, no un hecho, dónde la vida es más vida porque se cuenta desde el interior y no desde la superficialidad. No olvidemos la selecta nómina de destructores de la redacción y monstruos de la literatura que dedican sus columnas para el desencanto generalizado de los que mientras sufren resaca utilizan sus páginas para sonreír abrazados a la nostalgia de una moral que se escapa tubería abajo. Leonard Wellington me ha traicionado en varias ocasiones, alguno de sus caricaturescos colaboradores también pero, me gusta, eso es una motivación que ellos la sufren y yo la disfruto a la luz de la luna en una fría noche de subasta con el insomnio. Alguno de nuestros principales redactores se ha sentado en muchas ocasiones en el sillón de castigo de la señora Brown, mientras por el absurdo y corto camino de la censura y la prisión de la libertad miraba atento Wellington a ver quién será su próxima víctima o el próximo loco que se cuelgue a su incoherente y despreciable decenario para envolver papeleras invisibles. Greta Brown y su maquinaria de expertos en poner minas informativas, sabían que teniendo de su lado a estos monstruos con aliento a tinta, todo podría ser un mundo de hadas dónde la bruja “buena” fuera ella. El Golden Years y el Good Morning News no tenían color, uno cada diez días nos contaba la irrealidad resumida en cinco páginas para decorar nuestro baño. El otro a diario nos hacía vivir, nos hacía soñar, incluso nos hacía llorar por rabia o por emoción. Leonard Wellington y su más estrecho colaborador en la actualidad, Ricky Martínez, el payaso de los mil trajes, impartían su criterio a diestro y siniestro a los cuatro sordos que no querían ni podían escuchar. Wellington me llamará por esto, yo estaré esperándolo dónde siempre con escarcha en el sombrero y frío en los ojos. Allí dónde su olor y su presencia son el cerrojo de los corazones rotos que vagan iluminados por los raíles descarrilados de Epopeya.
Tras enviar a la redacción el artículo bajé una vez más, Cutty había vuelto, su madre murió de infarto mientras sonaba un blues de BB King en su saxo. Esta noche dormiré poco, mañana creo que también los días y la información piden eso y más. Hasta otra.
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