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Una canción cruel para Aznar

14.12.08 LA VENTANA DEL MEDIO AMBIENTE - Escrito por: Mateo Olaya Marín

“No creáis nunca lo que dicen por ahí. Cualquiera puede escribir y decir lo que piensa, sin pensar. Una ocurrencia, un rumor, un tostón filosofal, una línea sacada de contexto. Es un buen pretexto para poder lanzar tu arma arrojadiza contra el resto de la humanidad”.

No me he vuelto loco, no. Así se presenta Bunbury en una de las canciones de su esperado disco “Hellville de luxe”. En ésta en concreto el rockero zaragozano, con la voz grave a lo Leonard Cohen y atrapado bajo una guitarra solitaria y oscura, derrama unos versos que vienen a denunciar una práctica muy común en los tiempos que corren: pronunciarse sin ningún tipo de idea o fundamento sobre algún tema en concreto, sólo empujado por algún rumor recibido o porque simplemente no se ha parado a pensar lo que se dice.

Desconozco si José María Aznar, muy dado a cultivar últimamente este arte de la dialéctica mentirosa, conoce la canción. Supongo que no y da igual para el caso. Lo cierto es que esta letra de “Canción cruel” viene como anillo al dedo para situarnos en el contexto, a colación de unas declaraciones que realizó hace ya más de un mes, ¿dos meses? (da igual cuánto hace) sobre la supuesta falsedad del cambio climático.

En este país, con razón, se le tiene un respeto a los expresidentes democráticos. Un respeto recíproco, desde luego. Cada uno de ellos ha seguido un camino diferente y ha sabido llevar de distinta forma la nueva posición desde la barrera. Unos, como Suárez y Calvo Sotelo, con elegancia y talante, comedidos y cautos; Felipe González supo renacer de sus propias cenizas a través de su carisma y don de gentes, sacudiéndose la losa de la corrupción y dibujando en torno a él la figura de un político curtido en mil batallas que transmite calma, que se dedica paradójicamente a impartir lecciones de moral política, consejos de estado e incluso a ser muy crítico con sus compañeros de gobierno, enmendándoles la plana públicamente si hace falta. Sin embargo, Aznar ha colaborado en la subida del pan con una serie de declaraciones a cada cual más inverosímil en los últimos años. Toda la honestidad que le adornó al negarse a presentarse al gobierno por cumplir ocho años en el mandato –actitud que le honró muchísimo- se está esfumando como consecuencia del emborrachamiento de egolatría que sufre.

Las últimas barbaridades que le escuché hacían referencia al problema mundial del cambio climático. Con cinismo, sarcasmo, petulancia y chulería se mofó de todos los científicos y comunidades de investigación que han logrado argumentar con recursos técnicos-científicos que el cambio climático que vivimos no se debe sólo al ciclo natural, sino también al antrópico. En su atril, henchido de poder dialéctico, procedió a despotricar de algo tan serio para el planeta como son los cambios sustanciales que está experimentando.

Me recordó al Aznar de aquella alocución en la que disparó contra el excesivo celo que se estaba aplicando al uso de bebidas alcohólicas, una de las fuentes primarias de accidentes de tráfico. Fue capaz de frivolizar con semejante cosa. Creí que se detendría ahí. Pero no, ha querido seguir dando la imagen de un hombre despechado, arrepentido quizás por el error que cometió al final de su mandato, o de un político cabreado con el resto del mundo.

Existen una serie de realidades que no pueden dudarse sobre el cambio climático. Indubitable es que cada partícula de dióxido de carbono (CO2) absorbe por sí misma calor, obstruyendo su paso y evitando así un enfriamiento necesario. Indubitable es también que la presencia del dióxido de carbono en la atmósfera ha alcanzado niveles estratosféricos, elevadísimos, por una serie de causas bien evidentes. Es, en definitiva, el precio del desarrollo que tenemos que pagar. Por silogismo, es también indubitable que el recalentamiento de la tierra, el hecho de que buena parte del calor que la superficie desprende se tope kilómetros arriba y no se diluya sino que vuelve a bajar para generar más calor, es una realidad evidente. Si existe cada vez más cantidad de gases como el dióxido de carbono, científicamente comprobados como “cazadores” de calor, es de lógica pensar que buena parte del calentamiento global del planeta se debe a esta causa. Y la masiva presencia de dióxido de carbono, un gas que se produce de forma natural en cantidades razonables, es simple y llanamente el tubo de escape del producto interior bruto de nuestra civilización. El espejo de nuestro desarrollo irracional.

Objeto de debate es, por supuesto, el grado de alarmismo que se quiere aplicar en este tema. El cambio climático puede tener diversos grados de gravedad según el científico consultado, pero lo que sí es cierto es que a estas alturas demostrar irrefutablemente que el calor que está absorbiendo nuestro planeta se debe sólo a motivos naturales es una quimera.

La crisis económica, sin ir más lejos, es el reflejo de la caducidad de un modelo de crecimiento intensivo, insostenible, depredador, desaforado, excesivamente ambicioso y solidariamente débil. Pocos economistas han formulado una explicación sensata al problema. Los que sí lo han hecho han incluido entre las justificaciones el erróneo uso que se está haciendo del medio natural. Las políticas económicas beben y comen de la naturaleza, pero hasta ahora no la han considerado como una fuente de recursos con limitaciones importantes y con unos compases de espera más largos que los que el ritmo de desarrollo impone. Los problemas ambientales derivados de esta esquilmación natural generan externalidades negativas en la economía, que tienen que ser insertadas en el sistema aumentando por lo tanto los costes. Por lo tanto, he aquí una razón más a la crisis actual: la inexistencia de visiones proteccionistas del planeta.

Por eso sorprenden las palabras de Aznar, quien sostiene que en tiempos de crisis económica es un derroche inyectar recursos en la investigación de nuestro medio ambiente y el cambio climático. A estas alturas viene a darnos clase de optimización económica quien metió a España en una sangría económica, como fue nuestra participación en la guerra de Irak en busca de unas supuestas armas de destrucción masiva que nadie ha visto. Nadie sabe, y mejor no saberlo, cuánto nos costó entrar en este capricho imperialista, operando contra la voluntad de la ONU. Eso no es un derroche, claro, pero estudiar y trabajar por nuestro futuro, que es investigar lo que le pasa al medio del que nos valemos para desarrollarnos, sí.

Tiene bemoles el cinismo de este señor. No cabe duda de que es una ocurrencia, un tostón filosofal y un buen pretexto para lanzar su arma arrojadiza -la ira que atesora desde hace un tiempo- contra el resto de la humanidad.

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