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Otros silfos y dríades (9)
17.02.21 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
Una ráfaga, un zumbido...
Un destello sin aviso...,
y en ave del paraíso
al árbol más advertido
el otoño embravecido
muta su fronda agitada:
Tiembla toda la enramada
ante el desgarrado embate
del viento, que en brusco mate
destroza su faz dorada.
Nadie duda que en el ciclo vital el tiempo que conocemos no se detiene, al verano sigue el otoño y el invierno, a la siembra la recolección, a los frutos sustanciosos la incertidumbre, sin embargo, este conocimiento no evita que nos desconcierte una ráfaga repentina en nuestro caminar, un zumbido en el silencio de la reflexión, un destello en la oscuridad del reposo... y todo lo que se había formalizado cambia, muta o languidece sin paliativo que lo detenga. Si el acaecimiento es consecuencia de su circunstancia, a pesar de que haga mella, lo acatamos, aunque sea rechazado en nuestro fuero interno.
Mas, cuando somos nosotros mismos los que forzamos las vicisitudes, muchísimas veces al inicio del recorrido, apenas sin haber empezado la jornada, empleando medios innecesarios, satisfaciendo las exigencias físicas en lugar de las del intelecto, el choque es aterrador, todo se destroza sin que exista esperanza de recuperación, ni siquiera en el reflejo de su misma necesidad, porque no hay desgarre tan lacerante como dejar una parte de la vida fuera de lugar a merced del tiempo.
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