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Otros silfos y dríades
22.12.20 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
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Del agua sedar me dejo
en su asiduo cancionero;
acequia abajo, remero,
navegando por su espejo
hasta ensanchar su reflejo
con la bóveda celeste,
cuando el sol licua el oeste
y púrpura añil destila
que me extasía y me encandila
para que el sueño me cueste.
Aunque el almuerzo ha sido frugal, una profunda somnolencia se apodera de mis sentidos y me acerca a la pertinaz modorra que las primeras siestas del estío producen después de las comidas. Más que el parco refrigerio, pienso que ha sido el esfuerzo de la laboriosa limpieza del baldío de la madre vieja de la acequia, lo que me produce el cansancio.
Me acomodo a la sombra del nogal de la reguera y escucho la rítmica cantinela del rabión del atajadero. No tardo mucho en botar la canoa de mi imaginación y remo por la ingravidez de las hijuelas del sonsonete entre los recién cortados aromas de la menta, del poleo y del toronjil, buscando el punto sideral donde se juntan las ausencias y los deseos sin que consiga fijar su encrucijada.
Pero puede más el agotamiento, tanto que exprime el entorno hasta dejar todo en silencio, libre de conciencia y de ventura, alejado de aspiraciones y sentimientos, como si no hubiera nada bajo la repentina oscuridad del soporífero reposo.
Antonio Serrano Ballesteros
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