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De Serrat&Sabina a Quique González
30.12.08 - Escrito por: Mateo Olaya
 Anoche escuchando plácidamente algunos cortes aleatorios de ese lujoso doble CD que nos brindaron Serrat y Sabina el año pasado, me regocijaba del buen número de grandes músicos que atesora este país en diversos géneros: cantautores, pop, rock, indie-underground, etc. La mayoría de ellos se esconden de las masivas emisiones de la televisión y la radio. En éstas se mide el termómetro de la actualidad musical y fijan con sus relativos índices la música más consumida.
Pero, por suerte, no son el reflejo total de la realidad. Por algún mecanismo especial de defensa, los que de verdad aman a la música y la siguen con devoción no siguen los trazos dictados por estos medios de comunicación. Cuando al mercado salen materiales sonoros de calidad, el aldabonazo siempre es bien claro y al final son los mejores y los más grandes los que disparan las ventas de unos discos que hoy, más que nunca, se resisten a ser comprados.
En las Navidades pasadas, las tiendas se veían invadidas por legiones de diletantes que agolpaban sus miradas en dos objetos muy preciados: el doble CD y DVD de la gira de Serrat y Sabina por un lado, y por el otro el doble CD y DVD de la gira de retorno, por unos meses, de Héroes del Silencio. Tres nombres que son embajadores de la música española allende los mares. Este año pasa algo parecido y el protagonista es, quizás, Raphael, que con su disco conmemorativo de los cincuenta años dedicados a la música se vuelve a erigir en esa figura internacional e incombustible de la música. El trabajo que nos trae Raphael recopila temas muy representativos de la historia de la música española, en los géneros del pop-rock, claro está, de la mano de artistas consagrados que funden sus voces con las personalísimas cuerdas vocales del maestro de ceremonias. “Infinito”, “Cantares” o “Hijo de la luna” (de Bunbury, Serrat y Ana Torroja respectivamente) son tres buenos ejemplos de la importancia de un disco histórico.
Pero no sólo con Raphael se despide el 2008, sino también con unos conciertos memorables en la famosa discoteca madrileña “Joy Eslava”. El 20 de diciembre fue Enrique Bunbury, que en dos semanas improvisó un concierto sólo para fans acérrimos, prácticamente privado, para celebrar la que ha sido su gira más exitosa desde que iniciara su carrera en solitario allá en 1997. Más de dos horas y media en el que este rockero internacional interpretó canciones como “Infinito”, “El rescate”, “Porque las cosas cambian”, “Canción cruel”, “El tiempo de las cerezas” o “El viento a favor”. A los pocos días, un joven rockero llamado Quique González, con diez años de carrera a la espalda, celebró también su éxito con dos conciertos seguidos en esta sala madrileña, acompañado de su banda “La Aristocracia del barrio”, en los que dejaron huella de su música magnética y perfecta, de soberbio estilo clásico y a la vez vanguardista, recorrido por exquisitas letras. Ha sido el broche de oro al gran año del que hace poco dejó de ser una promesa, para convertirse en un nombre consolidado del panorama rockero español.
El final de este año es sólo una pequeña muestra de lo que sus trescientos sesenta y cinco días nos ha deparado, por fortuna, en cuanto a lo musical se refiere.
Amaral se consolida como el mejor grupo pop del momento. Sus canciones, con fuertes ingredientes del mejor rock electrizante, son deudoras de la castiza tradición rockera que existe en Zaragoza. Han pasado ya muchos años desde que Eva Amaral fue descubierta por Enrique Bunbury cuando ésta cantaba en un bar de la movida aragonesa y el por entonces cantante de Héroes del Silencio decidió ayudarla y lanzarla a las puertas de las discográficas.
Pereza es la esperanza del rock juvenil. “Aproximaciones” ha servido para situarlos como referencia en los escenarios y ahora se encuentran preparando su próximo disco, que será un refrendo de la gran profesionalidad de estos músicos que ya quieren comerse los escenarios internacionales. Mientras tanto, Loquillo y Carlos Goñi (Revólver) han sellado dos obras maestras respectivamente: “Balmoral” y “21 gramos”. Junto con éstos, la vieja guardia continúa reivindicándose, como Mikel Erentxun, que publicó el doble CD del concierto que organizó en el Victoria Eugenia de San Sebastián para hacer acopio de sus mejores temas.
Son veteranos trovadores, contadores de historias a través de guitarras y percusión, que en sus voces traslucen muchos años de oficio, carreteras y mantas, reinvenciones, crisis y resurrecciones. Si no, que se lo pregunten a Andrés Calamaro, un argentino adoptivo en España. La gira que ha protagonizado este año lo lanza como uno de los artistas con mejor cartel a nivel mundial. O que le pregunten a Santiago Auserón (ex Radio Futura) que grabó con la Orquesta de Jazz de Barcelona un sabroso disco de canciones con su firma a través del prisma del viento metal del jazz.
Otro clásico de nuestra música, Manolo García, se ha llenado de inspiración en este 2008 con un disco buenísimo titulado “Saldremos a la lluvia”. En directo su figura se agranda y demuestra que el estudio se le queda demasiado chico para sus notables dotes de intérprete.
Este año que se nos va, nos devuelve a Nacho Vegas en solitario. El que ya muchos califican como el Bob Dylan español, publica “El manifiesto desastre”, una declaración musical sin complejos, directa, pública, sin tantos ambages como sus discos anteriores. Vegas es una de las joyas de la música española que sin embargo es desconocida para la mayor parte del público.
Y para terminar este breve resumen… Extremoduro, con seguridad nuestra mejor banda de rock del momento, que reaparece tras haber estado muchos años en el dique seco. Con “La ley innata” han pulverizado las previsiones. Número uno de ventas durante semanas, sin apenas campaña de publicidad de por medio, en esta ley innata Extremoduro rompe con los cánones establecidos en los discos, para grabar una obra musical en seis pistas. Sí, como suena. Seis canciones de larga duración, que dispuestas consecutivamente adquieren un sentido unitario tanto en las letras como en la melodía, que se expone y luego se desarrolla instrumentalmente. Vuelven por sus fueros preferidos: el rock duro, rayando el hard-rock, con ingredientes de aires celtas y claros propósitos sinfónicos.
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