|
Otros silfos y dríades
19.10.20 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
5
Por la mañana incipiente
el azul se disemina
y extiende sutil neblina
sobre la aurora el relente,
cual velo que desde oriente
súbito al valle escondiera
entre pátinas de cera,
para fijar los colores
de la luz en los alcores
con pincelada certera.
Aún la oscuridad de la noche nos impide diferenciar los perfiles del horizonte, los límites enverdecidos que mayo derrama a lo largo y ancho del paisaje para afianzar los contornos del campo. Sólo el sonar vibrante de la campana nos conduce a la misa del alba para cantar antes el emotivo rosario junto a los hermanos de la Aurora que, partiendo de la pequeña ermita asentada sobre las ruinas milenarias del Castillo, ensalzará a la Virgen Madre con sus retumbantes sones extendidos por sierras, valles y collados antes de alcanzar su fin celestial.
Amanece sin prisa, absorbiendo las húmedas cintas cenicientas de arroyos y riachuelos, de los ríos que han sido convocados a concentrarse tras intrincados quiebros en la explanada del Puente de San Juan, que se adivina danzante pasando el viejo torreón morisco de la Rasa de Fuente Tójar.
Y de pronto, sin aviso de brisas ni de pájaros, el crepúsculo matinal pone un punto de luz festiva y azulada, como si un recóndito pintor agitara invisible y mágico pincel para consolidar el magnífico lienzo natural que se adhiere para siempre a la emotividad del momento sin resguardos.
|
|
|
|
|
|