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Otros silfos y dríades (4)
14.09.20 - Escrito por: Antonio Serrano Ballesteros
Los últimos días del estío son muy laboriosos para las avecillas cantoras que anidan en el huerto y sus aledaños. Sacar los polluelos, animarlos a volar y educarles en las normas elementales de su comportamiento que les permita enfrentarse con éxito a la ardua tarea de la supervivencia es actividad con dedicación plena.
En menos de una semana la pareja de colorines que había anidado con discreción total en uno de los rosales trepadores de la cerca, consiguió agrupar a las cinco crías de la nidada a su alrededor después de haber practicado con ellas baños en la fuentecilla, picoteo en las semillas de los ajos y cebolletas, desbandadas al indicio más imperceptible de peligro entre cortos trinos nerviosos, para emprender a tesón seguido la conquista del espacio de la vida sin mirar hacia atrás.
Y como siempre, sin mirar hacia atrás, todo lo que empieza acaba antes o después, así pasará el estío, vendrá la canícula y se irá, y el rosal solitario esperará las rosas otoñales al amparo de su espina mientras recuerda el trino de los jilgueros entre los gozos y sombras del tiempo.
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