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La castra de la miel (II)
12.08.20 - Escrito por: Alejandro García Rosal
Nueva entrega de "La castra de la miel", iniciada en 2012 en este periódico.
Como en la misión en la Luna de Hergé, un nutrido grupo de hombres y mujeres perfectamente pertrechados (doy fe) con un traje blanco con el que a veces se hacía difícil dar un pequeño paso para el hombre, caminamos bien temprano hacia la cita anual con las colmenas.
Previamente hemos regado los saludos, bienvenidas y reencuentros con humeantes cafeteras y la bebida ruteña por excelencia. Y luego, al tajo.
Nosotros somos la legión que acompaña a Paco, que no deja de dar indicaciones e instrucciones para mejorar la castra del año próximo. Cuerpos, humo, cagajones, pollo... cifras y letras que se anotan en las colmenas formando un código. Yo casi canto doble línea.
A mí me dieron a elegir, si prefería ir de artista o de demócrata. Yo elegí artista, para inmortalizar la misión y llenar varias veces la tarjeta de mi cámara de fotos.
En la cuadrilla de demócratas están los mejores. Gente de todo tipo que conocen a las abejas a la perfección. Es un mundo del que hablan con conocimiento y con pasión, lo que nos recuerda cuán importantes son para la vida humana. Hablamos de instintos animales, jerarquía, reinas y pusilánimes zánganos, energías, veneros de agua, y como todo eso nos afecta de manera sensorial y emocional.
Hemos salido un poco tarde y comienza a hacer calor cuando aún no son las 10 de la mañana. Una vez retirados los paneles con la miel, algunos de ellos espectaculares, volvemos al laboratorio a comenzar con la decantación casera y verdadera preparación del elixir. Se trata de un trabajo arduo que lleva mucho tiempo. En esta ocasión se ha alargado casi hasta las 9 de la noche.
En la comida, la familia Briones nos agasaja como sólo ellos saben hacerlo, como en el soneto 126 de Lope, quien lo probó lo sabe.
Los hombres del campo, como aquellos de la mar, aunque parecieran rudos y toscos, son muy sentimentales y fieles a los suyos. Antes de empezar a comer se brinda con nostalgia en recuerdo de Quico, que ha estado presente toda la mañana en conversaciones y anécdotas de todo tipo. Quico y la miel son ya para siempre una simbiosis única.
Yo estuve un en una castra por primera vez hace ocho años, y como si hubiera sido antes de ayer. Buena compañía, buena mesa y mejor sobremesa. Me alegra comprobar como la reunión es cada año más numerosa, y la mesa más larga y más poblada de jóvenes, niños y mayores. Buena señal esa.
La tormenta, tímida a primera hora de la mañana y más hecha señora según avanza la tarde iluminando el cielo con sus inquietantes intenciones, no se ha querido perder la castra de este año.
El día ha sido largo pero ha merecido la pena. Un día en casa de los Briones es como la edad en los perros, siete días en cualquier otro sitio. Ha sido un día largo pero fructífero en lo animal y en lo humano, conceptos que muchas veces tienen una distinción incierta, sin quedar del todo claro cuál de los dos necesariamente ha de decantar la balanza.
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