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Prime time
09.12.08 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Su voz, desnudaba al aire sin ningún tipo de contradicción, encendías la radio y ella estaba allí, pensando por momentos que nadie la escuchaba, que todo era un ir y venir de minutos desordenado dónde endulzar las mañanas, que nunca la iban a despojar de su amor desenfrenado por la audiencia, ella amigos es, Gisella Lukas. Llevaba más de veinte años en la profesión y la radio de la ciudad le rendía pleitesía cada vez que daba su particular buenos días a las ocho de la mañana. Su dial era, el dial de la comprensión, la humildad, la modestia y el punto del aparato receptor dónde sin darte cuenta contabas tu propia historia mientras desayunabas. Es una gran compañera de profesión, a veces cuando la tuteo siento miedo pensando que algún día se atreva a contar nuestra confesiones mojadas en un café americano, pero espero que nunca sea así aunque la rabia en algunos momentos, conociéndola, así se lo dicte. En nuestra última cita en la Hacienda del Café, una cafetería dónde los bohemios de la ciudad pintaban sus cuadros en las paredes y los poetas daban las últimas pinceladas, me contaba Gisella que uno de sus compañeros más cercanos estaba en una situación límite debido a las presiones que estaba recibiendo por parte de la dirección de la empresa.
Entre indignación y rabia, relataba como desde hacía un año a Robert Moon, lo habían estado presionando por motivos económicos, había sido increpado en varias ocasiones, utilizado laboralmente y acosado psicológicamente tanto por los hijos del director como por una indeseable empleada que se dedicaba a diario a hurgar en la moral de los trabajadores. Gisella no encontraba motivación para seguir haciendo su programa de radio cada día debido al gran número de problemas que había tenido que soportar durante sus más de veinte años de vida en la radio. Aquella cita terminó así y le dije que si algún día quería hacer un reportaje en Epopeya sólo tenía que llamarme y allí nos encontraríamos de madrugada. Así fue, Gisella me llamó una noche de miércoles lluvioso a las 2 de la madrugada, yo estaba ultimando un artículo sobre la depresión laboral en las mujeres, mientras tomaba un whisky con poco hielo en el bar de Harry. Me acerqué a la boca de la estación mientras la lluvia mojaba mi alma sin piedad y bajé con Gisella que tuvo que esperar más de quince minutos, como siempre, el gran problema de la puntualidad. Al bajar, no se dirigió a mí en ningún momento y lo vi extraño. Ya pisamos Epopeya y Gisella rompió su frágil lágrima, su debilidad la hizo naufragar, su espejo se rompió en mil pedazos de desilusiones y nos abrazamos sin mirarnos. Robert Moon se había ido de la radio local esa misma mañana y para Gisella fue un mazazo a su moral y a su autoestima porque un nuevo proyecto se iba al garete por la ignorancia, soberbia, prepotencia, negligencia laboral y fiscal de los directores de la emisora que vestían con pieles de cordero y luego aullaban a la luz de la luna como lobos feroces. No hablamos más durante las dos horas en las que la locutora más auténtica del prime time local estuvo en Epopeya, ni un café caliente fue alivio para ver como se derrumbaban una vez más las aspiraciones personales de una amante de la radio más directa. La acompañé a casa y le pregunté si en unas horas volvería a escuchar su voz, ella me dijo, si, pero la noté cansada, derrotada y dolida. Es bueno tener amigos, sobre todo para ayudarles cuando lo necesiten.
Gisella lideraba el primer time de la vida de muchas personas que la habían conocido, entre ellas, estoy yo. Un abrazo.
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