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Compadre, no le citaron los corifeos
15.01.20 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
Sí a Galdós y Jovellanos en vergonzosa sesión que ha desembocado en investidura presidencial, fruto de una votación poco menos de encomienda, que obvia que España es no una simple expresión territorial sino una entidad social en cuya estructura, convendría Valera, "tanto en los defectos como en las excelencias, tanto en los aciertos como en los extravíos, lo mismo han puesto mano los cordobeses y los sevillanos, que los gallegos, y lo mismo los extremeños y castellanos, que los asturianos, aragoneses y catalanes", es decir, una nación hoy vilipendiada como la transición que allanó el paso de la dictadura a la democracia aplicando, entre otros términos, el de la tolerancia.
El político egabrense fue paradigma de la misma en una época donde el malestar era también grande y cierto. Había que empezar por uno mismo y no era ocupación fácil porque, primero, no podía estar en consonancia completa con el partido -"en ocasiones discrepo y tengo opinión individual"- y segundo, para que el país pudiera lograr un gobierno estable -"aunque ese gobierno sea mi enemigo y yo esté siempre en contra de él"- había que renunciar al sectarismo pero no a la prevalencia de la ley.
A partir de aquí y en sus discursos, colegiría reglas para el arte de gobernar tales como la de procurar el restablecimiento de la subordinación y respeto a la autoridad, "hoy algo perdidos"; cuidar de la hacienda pública y pagar las deudas, "sin contraer otras nuevas"; no plantear cuestiones que traigan la discordia, "en vez de la unión entre los ciudadanos"; ser parco en reformas, "sobre todo de las que llaman sociales"; legislar, "lo menos que se pueda" o, esmerarse en conservar las más cordiales relaciones con los pueblos y gobiernos extranjeros, "pero no contraer singulares alianzas".
Habría que buscar pues "la suspirada mejoría en el sosiego y en la paz y no en cambios y revoluciones, ya sean desde arriba, ya sean desde abajo". Aunque la "turba de galopines" fuera despreciable e insaciable, Valera dará por sentado que "ni los políticos ni los adalides dichosos han de faltarnos, y que si no perdemos la confianza y la esperanza, ha de pasar pronto la mala hora y ha de sernos al cabo propicia la fortuna, con tal de que no la neguemos echándonos toda la culpa, y con tal de que no se lo atribuyamos todo para disculparnos o para cruzarnos de brazos".
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