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Crucifijos en las aulas
04.12.08 - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
Basta hojear cualquier periódico para comprobar la ingente polémica que se ha originado por la presencia o ausencia de crucifijos en las aulas. Y basta con saber qué cabecera enmarca el diario para adivinar las conclusiones de cada uno de los que firman los ejemplares con mayor repercusión a nivel nacional.
Y asi seguimos, fomentando la idiotización de una sociedad que cada vez responde más a los criterios que les marca el partido político al que pertenecen o el medio de comunicación que diariamente les ofrece las claves más acertadas de pensamiento, por lo que hoy día lo frecuente es encontrarnos terulias donde se debate con mucha más intensidad si es conveniente o no quitar los crucifijos antes que analizar aspectos de la sociedad que deberían tener mucha más trascendencia.
Y qué quieren que les diga. Estoy de acuerdo en que se tienen que quitar los crucifijos de las aulas. Vivimos en un Estado aconfensional en el que ninguna religión debe imponerse a la otra y no veo necesario la incorporación de este símbolo (quizás uno de los símbolos más representativos de toda la Europa Occidental) en clases de Historia, Física, Lengua o Matemáticas. Es así de claro y contundente. Me sobran decretos, citas célebres, artículos de Sopena y Losantos y demás leyendas populares para llegar a esta conclusión.
Pero también veo necesario llegar a otra conclusión. La escuela debe interpretarse como un espacio donde los alumnos reciben múltiples perspectivas de todos y cada uno de los temas que se presentan, de tal forma que con las mismas se pueda encauzar un debate a partir del cual ellos sean los que saquen sus propias conclusiones acerca de las materias que se plantean. Porque la escuela no es un lugar de adoctrinamiento, sino de debate, de intercambio de experiencias, de opiniones y pareceres. En la escuela se lee, se critica y se hace ciencia. Y se promueve la pacífica discusión y el libre pensamiento y nunca, pero nunca, deberíamos caer en el error de pretender que la escuela sea el primer espacio idiotizador en el que se encuentren nuestros jóvenes.
Por tanto, rechazo que los crucifijos estén en las aulas, pero también rechazo a todos aquellos que hacen de un Instituto un espacio para propagar ideas políticas, sobre todo aquellos colectivos que, escondidos bajo la pomposa denominación de “plataformas” campean a sus anchas en determinadas ciudades, ofreciendo a los chavales un único, solidario y políticamente correcto camino a seguir que los orienta, por vez primera y sin que ellos lo sepan, en la senda del partido político que en esos momentos gobierna en la ciudad en la que se encuentra el mismo y que los suele amparar por medio de algunas competencias educativas malentendidas, cuando no malintencionadas.
Por eso mismo, adoctrinamiento en la escuela, nunca. Pero de ninguna de las dos formas, porque sino los obispos seguirán tocándonos el alma sensible y los políticos, tocándonos los cojones.
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