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VOX CLAMANTIS IN DESERTO
13.10.19 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
Cabra no ha sido generosa con su pasado en piedra. Sólo en la pasada centuria, la demolición no hallaría freno tanto que, la indiferencia y el despropósito, perpetuarían los más desatinados desprecios hacia la herencia recibida sin la cual nada somos.
En contadas ocasiones se levantó la voz con el ruego del docto incluso la amonestación catilinaria del concejal en ejercicio o del que había sido alcalde aunque ya sin servidumbres.
Todos habían predicado en el desierto de la mentalidad insubstancial aunque, más doloroso que la acción destructora del tiempo, era la inacción para con la herencia recibida. Torpeza para esa avidez devastadora de molleras esclarecidas que en su encomienda temporal tumbarían torres, paños de muralla, fuentes y claustros, arrancando de cuajo portadas, menoscabando cimentaciones o atentando contra moradas a pretexto de encorvados conflictos de urbanización.
Apuntaba Gago y Fernández que la demolición obedecía a dos causas: "de acuerdos tranquilos y solemnes tomados por autoridades que, ajenos completamente al arte y negándose a oír a las personas y corporaciones con quienes debieron asesorarse, no han querido ni podido por lo mismo apreciar nuestras glorias" y "de la precipitación con que se han llevado a cabo es orantes ejecutores". Pretextos viejos pero siempre nuevos para aquellos que se lo debían todo a la herencia recibida.
Y ahora cuando se plantea una consulta que predispone una denuncia, nos rendimos al cesarismo imperante y, como Lope, optamos por escribir el bien en el agua y el mal en la piedra aunque ya hubiéramos henchido un silencio propio del pulso de Silvela pero que, a todas luces, nos hace cómplices al margen de credos e ideologías.
Cabra en su herencia recibida, no debiera estar a merced del capricho y arbitrariedad de nadie y más cuando no se es dueño sino administrador temporal de lo que a todos nos pertenece. Sólo la Ley podrá frenar cualquier atropello y no habrá que desfallecer a la hora de repetir lo mismo. Ya lo decía Unamuno: "al desierto se le abren los oídos en puro oír la voz del que en él clama con fe".
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