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Tren de corto recorrido
25.11.08 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Las incesantes gotas de lluvia, nublaban el espacio que existía entre el cerco de la ventana y la noche oscura de la ciudad. En la habitación un blues y un vaso corto de whisky escocés vestido de labios. Comencé a leer las últimas declaraciones de la directora del hospital general que me acongojaban según iba leyendo aquellos párrafos que parecían sacados de un thriller de Stephen King. Tantos abortos, menos donantes, cientos de accidentes, mil operaciones y el último dato, cada vez más, crecía el número de pacientes tratados por alzheimer. Era un cuestión más que personal, era una cuestión del antes y el después unidos sin rumbo, era un tornado que se llevaba la memoria hacia atrás y la devolvía destrozada hacia delante, eran las arrugas del alma cuando los recuerdos felices volvían a casa sin un certificado de recepción. Me obsesionaba hasta conseguir pensar sólo en eso. Todos los recuerdos, todos los encuentros soñados volaban como una espantada de pájaros de un día para otro. La memoria se convertía en aquella mujer vestida de blanco con sombrero parisino que bailaba el vals de las sensaciones y nos decía adiós con la pasión de un beso al aire.
Que crudo era ver los nombres de cientos de personas en la lista negra de una enfermedad que amedrenta hasta el amor y lo hace escapar del corazón en el primer portazo de media noche. Comencé a pensar en las numerosas familias que emprendieron tiempo atrás una guerra contra este monstruo llamado alzheimer, sin conseguir vencer ni la mitad de batallas que hacían falta para ganar en la contienda de los gestos. No conocía a nadie pero la lista que entregó Helen Terry, me sugería una nómina de pasajeros de tren del XIX que partían hacía el país del olvido. Ciento cincuenta pacientes que no sabían leer su nombre en el listin de quién recogía los billetes. El tren salía pronto, cada tarde diría yo, la caldera necesitaba más carbón pero los operarios de la vía y de la vagoneta principal dejaron de saber leer minutos antes de convertirse en instrumentos que habían perdido su alma en la última nota bemol. El tren de los recuerdos que eran como hadas blancas que aparecían y desparecían de las mentes de hombres y mujeres que tuvieron una vida que contar y una vida que ofrecer y ahora no soñaban, sólo esperaban que se activara su breve memoria de pez. Se iba la vida como el tren partía sin echar humo ni quemar carbón. Tom, Lisa, Silvia, Hillary, Helen, Howard, Tim, Russel, Quincy, personas invisibles sin rostro mientras leía su nombre, una historia, dos historias, un verso perdido o descarrilado. Ellos contarían hasta diez sin llegar al dos y se pararían en las puertas de sus casas para volver a abrir la puerta cien veces. Son prisioneros del olvido fraccionado en impulsos de lágrimas de sus madres, hijas, padres, hijos, vecinos, nietos. Es una de las enfermedades del siglo XXI, una estrella en el firmamento de los defectos del ser humano. Reflexioné durante unos momentos y pensé; saber quién soy, apagar la luz y no saberlo, saber a quién amo, encender un cigarrillo y no saber quién me besa, abrir la puerta y darles un portazo a los demonios de la memoria. Esta noche no quiero pensar más de lo justo, quiero abrazarme a la felicidad de encontrarme sólo, sólo y libre, más libre que nunca.
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