|
Adoptado por un gato
18.02.19 - Escrito por: Antonio Fernández Álvarez
Nunca había querido mascota alguna en casa. Nunca tampoco había hecho daño a ningún animal, la verdad es jamás había acariciado a ninguno, pero eso cuando aquel gato callejero se acercó a él y sintió como le acariciaba sus piernas, frotando su cabeza su cuerpo y su cola con ellas no dudó en que se lo llevaría a casa.
Toda la indecisión acabó en el mismo instante que el gato miró hacia arriba y volvió a restregarse ronroneando, haciendo pequeños saltitos con sus patas delanteras. Esto era tan inusual como el sentimiento de respeto y cariño que brotaba de su corazón, hacia aquel pequeño ser que había sido abandonado en la calle.
Hacía dos semanas que había visto a un pequeño gatito de pelo largo y blanco por su calle, abandonado y hambriento. Durante este tiempo que pasó hasta que decidió llevárselo a casa se había limitado a dejarle un poco de comida todas las mañanas cuando se iba a trabajar y por la noche cuando bajaba la basura de casa. También le proporcionó un pequeño recipiente que llenaba de agua todos los días.
Cuando le llevó al veterinario la tarde que el pequeño felino decidió adoptarle a él, porque eso fue lo que ocurrió, que fue el pequeño gatito quien adoptó un dueño. Descubriría que éste proviene de una de una raza muy antigua procedente de Turquía. Es de los llamados gatos de angora le informó el experto.
Por suerte, se encontraba en perfecto estado de salud, y no se halló ningún parasito en su cuerpo. Tras someterle a un lavado y un chequeo. Se le vacunó y se le colocó un chip. Cuando se procedió a hacerle la cartilla sanitaria y de identificación oficial, solo entonces cayó en la cuenta de que debía de ponerle un nombre. No sabría decir porqué, respondió Epi, cuando fue preguntado por el nombre que quería para su mascota.
Compró todos los utensilios necesarios para la comodidad e higiene del gato, para una vez que estuviera en casa, arenero, rascador, dispensador de agua y comida y un trasportín.
Ya en casa el pequeño gatito recorrió todas las habitaciones de la misma y cuando llegó al lavadero al cual se accedía desde la cocina, la luz de sus grande ventanales difuminada por unas cortinas de chenille en acrílico, le pareció que era el lugar idóneo para ubicar el arenero, así que para hacérselo saber a su dueño con sus pequeñas patitas hacía como que arañaba el suelo del mismo.
En la cocina, bajo una ancha mesa que había pegada a la pared dejaba espacio para ubicar el dispensador de agua y comida.
En el salón el pequeño felino no sin esfuerzo consiguió subirse tras haberlo hecho desde un sillón a la mesa de la televisión y de ésta a un una vitrina de 130 cm. de altura. Allí permaneció contemplando muy sereno las cosas.
Él se quedó inmóvil no sabía qué hacer, por un momento pensó: ¿Quién ha adoptado a quién? ¿No parece el dueño de la casa él?
Cogió el mando a distancia del equipo de música y pulsó el play. El estridente ruido que emitía la canción que en ese momento reproducía el lector y los 150 vatios de potencia del equipo que en ese momento se encontraba casi a tope de sonido hizo que el gato saltase directamente desde lo alto de la vitrina al sillón y de éste al suelo y rápidamente desapareciese del salón.
Bajó la música rápidamente y temió que el animal se hubiese hecho daño, en su alocada carrera había resbalado y se había golpeado con la puerta. Aunque rápidamente él salió tras el animal no le dio tiempo a ver en cual habitación había entrado, así que recorrió todas y cada una de las habitaciones de la casa llamándole pero no aparecía.
Preparó una frugal cena y rápidamente comió. Se sentía incómodo recordó que el veterinario le había dicho esta especie son gatos que necesitan paz y tranquilidad. Le buscó durante un rato y desazonado se sentó en un sillón sin parar de llamarle con voz mansa. Solo cuando éste quiso apareció frotando su cabeza, su cuerpo y su cola con la piernas de él. Le cogió y lo colocó sobre su regazo y le acarició, él felino se dejó acariciar ya que son cariñosos según le había dicho el experto, pero cuando se sintió manoseado en exceso, saltó al suelo y buscó la forma de subirse de nuevo a la vitrina, no sin antes tirar con sus patas traseras el mando del equipo de música que se encontraba en la mesa de la televisión, quizás solo fuera una casualidad o tal vez un aviso de que no quería que le molestase con tan bullicioso ruido. Ni se molestó en recoger el mando no sabía qué hacer, por un momento pensó ¿Quién ha adoptado a quién?
Aquí manda él.
|
|
|
|
|
|