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Castillo de naipes
16.01.19 - Escrito por: Lourdes Pérez Moral
Hace ahora cincuenta años el hoy párroco emérito de la iglesia mayor de Cabra, Manuel Osuna Bujalance, publicaba una carta abierta sobre el inminente hundimiento de una parte de la misma y sentenciaba: "como quiera que las soluciones no vienen de arriba tan prontamente como fuera nuestra ilusión, el problema ha llegado a tomar tal magnitud que reclama imperiosamente nuestra atención. En una palabra, tenemos que empezar nosotros dando soluciones con nuestros propios medios".
Por vez primera, un problema traspasaba los límites del barrio de la Villa Vieja y los egabrenses asumían como propio un presupuesto tan desorbitado como la propia obra destructora del tiempo. El apoyo entre administraciones no podía ahora producir fricciones y, mucho menos, la mediación de un político que, años más tarde, dejaba por escrito: "siendo ministro y lo que es más difícil sin serlo, una y otra vez estuve junto al alcalde de Cabra para todo cuanto beneficiase a mi pueblo, sin preocuparme que esto podía ocasionarme a veces envidias de otras personas e incluso quemarme un poco, por mi insistencia, cuando se trataba de problemas que afectaban al lugar donde nací".
Ya en 1965 los arquitectos diocesano y ministerial emitieron sendos informes concluyendo que, de seguir avanzando el problema por la singular estructura de la edificación, "columnas y arcos pudieran derrumbarse como castillo de naipes". A pesar de la urgencia, la ejecución se demoró no así unos derribos que quizás pudieron evitarse: había nacido la plaza Conde de Cabra por imperativo legal dibujando un escenario que el también arquitecto Chueca Goitia resumió: "aquellos que defienden valores históricos, culturales y artísticos no tienen ninguna autoridad y bastante hacen con navegar cautelosamente para no provocar tempestades, para no levantar la caza y perderlo todo en una batalla en campo abierto". Para mayor éxito de la ordenación del entorno del templo se sumó otra plaza, Rubén Darío, que ahora permitiría la contemplación de la muralla hasta entonces cerrada.
El 6 de noviembre de 1970, el Consejo de Ministros aprobaba el expediente de subasta de la iglesia mayor de Cabra por importe de 9.849.088 pesetas bajo la dirección de Pons Sorolla y Caballero Ungría. El 2 de marzo de 1974, tendría lugar la inauguración. Ya un editorial apuntaba: "muy pocas cosas van quedando en nuestra ciudad de su pasado esplendor" y el alcalde Manuel López Peña, a instancias de la Comisión Provincial de Patrimonio, tuvo que reconocer que esta y otras demoliciones estaban degenerando en venta y dispersión de "columnas, capiteles, herrajes y otros elementos artísticos o típicos que constituyen parte del acervo cultural de nuestra Ciudad. Por ello y en evitación de que, cuando en el futuro se den estos casos, he estimado necesario y conveniente la redacción de un catálogo". Aunque la relación fue parca, el paso del tiempo convertiría esta lista en fundamental por aquellos "elementos" que han desaparecido o se desconoce todavía su paradero.
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