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Paquito y el Santiago Bernabeu
22.11.08 - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
No existía mayor satisfacción en Paquito que la de portar su bandera, estremecer al aire con el brillo de sus colores y difundir al mundo la gloria de pertenecer al mejor equipo del mundo. Disfrutaba cada uno de los segundos que compartía con su padre en aquel fondo del Santiago Bernabeu. El bocadillo de chorizo, la radio, el MARCA ya por fin en color y sus compañeros de abono, esos camaradas que durante toda su infancia sólo veía cada dos domingos, eran la mejor compaña siempre que el equipo de la capital paseaba sus glorias deportivas cerca de la Castellana.
Poco a poco, Paquito se fue convirtiendo en don Francisco, un currante que sólo mantenía una relación con el pasado, el carnet de socio de su equipo de fútbol, ese que ayudó a fundar su abuelo, el que se cimentó en base al dineral que su padre se dejaba sólo por ver la alegría en un hijo que era incapaz de reconocer las miserias de la época social que le había tocado sobrevivir. Ese carnet era, y es, imperturbable. Como la Nochevieja, como los veranos sin vacaciones, como el subsidio o la hipoteca, el carnet aún tiene esa cualidad extraordinaria de ser cuota fija anual que merece la pena pagar.
Y Francisco la paga, claro que la paga. Y cada dos domingos se deja ver por Chamartín, esperando que su equipo de fútbol le haga olvidar por un tiempo las miserias que esta otra época social también le ha obligado a vivir. Pero el abono cada vez cuesta más. Los precios suben pero su salario no sólo ha bajado, sino que se ha convertido en una pequeña limosna que el Estado le ofrece por su pasada aportación a la Seguridad Social. Por eso, mientras ojea el MARCA durante el descanso y lee cómo el presidente de su entidad sólo tiene como plan para mejorar la productividad del equipo primar a cada uno de los jugadores con 120.000 euros por cabeza por ganar los siguientes cinco partidos, que no es otra cosa que cumplir con su profesión, no sólo percibe lo mal distribuido que está el mundo, sino que encima, él, con su abono, mantiene un sistema que no tiene más remedio que tender a la autodestrucción moral del deporte que a todos tanto nos enaltece.
Francisco mira al palco lleno de ira e incomprensión, y ve a Ramón Calderón, presidente del Real Madrid, fundirse en un abrazo con miembros destacados del Gobierno de la Nación y del partido de la oposición, con comunistas, artistas de la ceja, Losantos y toda la tropa que tiene al país avergonzado. En su palco, fumando puros, bebiendo algo que sabe muy distinto a la mierda de cerveza que le han puesto por 2 euros en la planta baja del estadio, y lo ve claro. El único gilipollas de esta historia es él.
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