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¿Qué tendrá Mariana?
13.11.08 SIN ADITIVOS - Escrito por: Felipe Osuna Manjón-Cabeza
Mariana es la primogénita de su casa, de verdes ojos tintados y larga melena al viento, pasea por la calle su inocencia de 17 años. Es la primera de la clase y nunca se pierde un “sarao”. Mariana es poderosa, se hace querer en cualquier parte, va al cine con las amigas y de botellón todos los sábados. Risueña y coqueta, bien vestida acude a cualquier parte y cuando el reloj marca la hora “x” como una cenicienta vuelve a casa. Sus padres nunca le levantan la voz pues obedece sus moderadas normas. Es responsable y estudiosa con muchas virtudes y pocos defectos. En su bolso siempre lleva carmín, pañuelos, un espejo y una pequeña cámara de fotos que le trajeron los Reyes en Navidades. Con ella inmortaliza tantas anécdotas y momentos que más tarde comparte con sus amigas desde casa.
Mariana sabe de Informática, le enseñaron en el colegio. A través del ordenador conoce amigos y amplía conocimientos. En su cuenta de correo siempre hay chistes, apuntes y un sinfín de momentos que guardados en un archivo revive una y otra vez, como si no hubiese pasado la niñez ni el tiempo. Chateando con las amigas intercambia cuentas de correo, agrega nuevas direcciones que desconoce pero, por curiosidad, ni siquiera duda en hacerlo. Como las tecnologías avanzan descubre un nuevo espacio en internet. Allí agrega fotografías con amigas, sin amigas, bajo el sol, en la playa, en la arena, en el agua, con bikini, en la montaña, de clase, en la biblioteca o en su casa. Mil archivos circulan por la red como almas que vagan en el metro y antes de que pudiera darse cuenta, los mensajes llenan su bandeja: Qué haces mae?, Tas guapa!!!, besicos…, muakkk!!!, a ver si nos vemos…, agrégame al Messenger, :-), :-(, tas loca!!!, hazme amigo, ns vms!!!...
Un buen día un desconocido vio su foto en la red, con amplia sonrisa y provocador escote Mariana abrazaba a su amiga del alma. Quienquiera que fuera ese personaje quedó cautivado por sus curvas adolescentes, la miraba una y otra vez mientras el reloj gastaba las horas. Quería saber su nombre y no dudó en mover cielo y tierra hasta conocerlo. Mensajes arriba, mensajes abajo, consiguió su objetivo y con él, su dirección de correo.
-«Hola q tal? T he vist en 1 foto y m recuerdas a una amiga q vive lejs» escribió aquel anónimo con brillo en los ojos mientras que pulsaba un botón de no retorno.
Mariana llegó de la “biblio”, se tumbó en la cama y miró al techo mientras la cena estaba lista y la pantalla cobraba vida. Tras escuchar la primera sintonía saltó de lecho y se puso a ojear sus páginas favoritas. Un ejército de uves dobles desfiló varias veces hasta que decidiera revisar el correo. Allí estaba el mensaje, cortito pero curioso ¿le respondo? se preguntó a sí misma. Los diálogos continuados se repitieron varias semanas hasta que un buen día un correo llegó con un solo archivo adjunto. Acepta decía el texto. Su curiosidad fue tal que Mariana apretó varias veces un botón que aparentemente no hacía nada. ¡Será un pego! exclamó mientras que borraba el mensaje.
Los días pasaron y el ordenador hacía cosas extrañas, a veces no respondía, otras se paraba cuando menos lo esperaba, hasta que de nuevo aquel extraño volvió a asomarse en su vida.
Dios no hubiera querido que llegara aquella tarde cuando las lágrimas brotaron en silencio. Ahí estaba ella, con el pecho al descubierto, ora de espaldas ora de frente, con braguitas y sin ellas y con un texto que amenazaba «de esto que no se enteren tus padres». Mariana guardó su amargura con mutismo absoluto aún sabiendo que al llegar las ocho cada día tenía que acudir a una cita obligada delante de la pantalla. Así pasó varias semanas, desnudando sus vergüenzas ante una persona que nunca había visto la cara, hasta que un buen día alguien asomara por su alcoba. Era su madre, quien extrañada quiso saber aquella obsesión de acudir siempre al mismo sitio y a la misma hora. Ahora no fue un llanto sino dos, pero por poco tiempo.
Hoy ya no recibe correos Mariana, porque no quiere saber nada de su ordenador. Sus amigas le preguntan y solamente responde: es que no tengo ganas. Mariana está ya más tranquila aunque permanece asustada pues no sabe si algún día se cruzará con aquél que nunca le vio la cara. No sabe si cumple condena, no sabe si vive en España, no sabe ni su nombre ni sus apellidos. Mariana de verdes ojos tintados y rubia melena al viento solo sabe que la sonrisa de su inocencia en una tarde de otoño se la robó «er_argibrto».
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