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EL ENCANTO DE CABRA (I) : La Placeta de San Agustín
14.10.08 RINCONES - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
Ave María Purísima
Rejas negras para almas blancas. Paredes blancas para hábitos negros. Dulces blancos de mi infancia, azucarados en lo oscuro. Sorprende cómo desde estancias tan sombrías se ha conseguido endulzar a todo un pueblo.
San Agustín desayuna bizcotelas cada mañana. Apolo en Grecia era mensajero de dioses, dicen que, San Agustín, en el orbe católico, reparte bizcotelas de Cabra a un buen número de santos que se niegan a bendecir el mundo si antes no han desayunado como Dios manda. Y desayunar como Dios manda es desayunar las bizcotelas que hacen estas monjas.
Y las hacen en una placeta que invita al descanso, que ayuda al disfrute. Una placeta que enjuaga los sinsabores de una modernidad, necesaria limpieza de nuestros hábitos que debe hacerse cada vez que plantamos nuestros pies en el barrio del Cerro, de pureza medieval, de nobleza visigoda. Una placeta que sirve de frontera entre lo de ayer y lo de ahora, que forma cadenas en torno a un agua clara para recordarnos a todos que el agua de Cabra es un bien que hay que guardar, un patrimonio acaso mucho más importante que el que nos legarán muchos hijos de esta villa.
La Placeta de San Agustín ofrece un trago de agua al sediento, sombra al caluroso, sol al fresco, asiento al cansado, cadena al ladrón y bendición a cualquiera. Un rincón de Cabra en el que, ya hace siglos, se instalaron unas monjitas que, desde entonces, velan por la salud espiritual de sus feligreses. Un rincón que siempre daba las buenas noches a Madre Inés, su eterna Madre Superiora. Una Madre Inés que come bizcotelas todas las mañanas, que para eso se las lleva San Agustín.
Sin pecado concebida.
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