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De escudos, memorias históricas y símbolos anticonstitucionales.
06.11.08 SIN ADITIVOS - Escrito por: Felipe Osuna Manjón-Cabeza
 Con la venia de nuestros respetables lectores quisiera exponer un tema para tratarlo con el debido respeto que merece, pues a mi parecer, no corren buenos tiempos para hablar de la Guerra Civil Española y la etapa predecesora al estar el panorama tremendamente acalorado por intransigentes que señalan con su uña afilada a todo aquel que opina algo que pudiera atentar contra la Ley de Memoria Histórica. Una legislación cuyo contenido considero justo en líneas generales. Simplemente no comparto que, debido a la precipitación en su redacción, se hayan vuelto a exhumar concretos resquemores que fueron enterrados en la Transición, un periodo histórico que me fascina al observar cómo renació un sistema que fue guillotinado un 18 de julio gracias a la buena voluntad de hombres y mujeres (pocas por aquel entonces) que se jugaron el tipo para el restablecimiento de un estado democrático.
El próximo fin de semana se cumplirá el 70 aniversario de aquel episodio aterrador que aconteciera una mañana de 1938, cuando una bandada de pájaros de la muerte sembró el miedo y el dolor en suelo egabrense. Un bombardeo sin sentido que asoló parte de la localidad en un momento en el que Cabra no era frente de guerra. El horror de la masacre ha sido recordado en el discurrir de las décadas con un monumento sobrio, consistente en dos lápidas de piedra con los nombres epigrafiados de cada uno de los difuntos y una cruz de madera. Este epitafio que hasta hace pocos años podíamos contemplar junto a la puerta principal de entrada al Colegio San José, en el castillo de los Condes de Cabra, fue sustituido por la estatua que rinde homenaje al poeta Muccadam ibn Muafa, cuando el pleno municipal acordó su traslado al cementerio municipal San José.
Cabra es una ciudad excepcional, en la mentalidad de sus gentes apenas he podido observar en mis veintiocho años de vida, odio acumulado por aquellos fatídicos sucesos. Es más, la existencia del monumento ha pasado para muchos desapercibida, es por lo que el cambio de ubicación fue un hecho que no se hizo notar entre la población.
Pero no es este el tema que tenía previsto profundizar, simplemente se trata de un esbozo con el que ofrezco al lector un ejemplo de cómo se ha adaptado la sociedad a los nuevos tiempos, siguiendo el cauce que marca el discurrir de los años. Algo que contrasta con la imposición de una ley que, desde mi punto de vista, carece de la sensibilidad con la que se trató un cuestión tan delicada durante la Transición, aquel periodo en el que todas las ideologías tuvieron que ceder algo para construir el sistema democrático español que hemos heredado las generaciones presentes. Muchos recordarán el conocido Sábado Rojo (Sábado Santo Rojo para algunos), una fecha que ha pasado a la historia por la legalización del Partido comunista Español (PCE) y que guarda una simbología muy especial, que quedó recogida en las palabras pronunciadas por el que fuera su líder, Santiago Carrillo. El reconocimiento de la bandera rojigualda como símbolo que identifica a los españoles por parte del partido que en ese momento se legalizaba, supuso un paso hacia el frente en un momento crucial, con el que la democracia pasó de ser “algo demandado” a convertirse en una realidad.
Navegando días atrás en un mar virtual para conocer algunos detalles de la vida de nuestra reina, Doña Sofía, con motivo de su setenta cumpleaños, atraqué en un puerto cuyo nombre no recuerdo, donde me llamó la atención uno de los escudos del reino que estuvieron vigentes durante la dictadura franquista. En ese momento, quise conocer algo más sobre la evolución de la heráldica durante el siglo XX y no dudé en consultar varias páginas, leer numerosos artículos que más tarde pude contrastar con otras fuentes. Uno que me causó gran curiosidad hacía alusión a la legalidad del uso de banderas republicanas o franquistas. En su contenido se profundizaba en las noticias redactadas desde distintos medios de comunicación con ideología de izquierda y que criticaban el uso de símbolos anticonstitucionales como el escudo español con el águila de San Juan. Sin embargo, esta crítica no era del todo correcta por una razón muy sencilla, en la Constitución de 1978 solamente se reconoce como bandera que identifica a todos los españoles nuestra rojigualda y, paradójicamente, del escudo no se dice absolutamente nada. Es más, en el ejemplar donde Juan Carlos I estampó su firma figura el escudo con la rapaz. Esto quiere decir que el uso de la bandera de la época franquista no atenta contra la Carta Magna, simplemente contiene un escudo que no es legal (al no estar en vigencia), pero que tampoco es anticonstitucional. Por lo contrario, el uso de la tricolor sí es ilegal y anticonstitucional al no adaptarse al texto que fue aprobado en Referéndum y su escudo con corona mural (en caso de incluirlo) difiere del aprobado en la Ley 33/1981.
Analizando la evolución de la heráldica me percaté de un aparente vacío de la Ley para la Memoria Histórica respecto a la eliminación de una de las versiones del escudo español con el águila de San Juan. En el apartado primero del artículo número quince se dice textualmente «Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura. Entre estas medidas podrá incluirse la retirada de subvenciones o ayudas públicas». Ciñéndonos al texto y teniendo en cuenta que la última versión del citado escudo –la que figura en la Constitución- fue aprobada por Adolfo Suárez en 1977, la ley no puede obligar su retirada al pertenecer a otro periodo histórico claramente diferenciado por los historiadores.
El citado escudo al que hago alusión estuvo en vigencia hasta 1981, cuando el gobierno presidido por Calvo Sotelo aprobó el que ha llegado hasta nuestros días. Para saber diferenciar el blasón de la era Suárez hemos de tener en cuenta varias características: la postura del águila que aparece con las alas como si fuera a alzar el vuelo y el escudo junto a las columnas de Hércules se representa dentro del animal, a diferencia de la versión franquista, en las que se posicionaban fuera. Por último, la banda con la leyenda “una grande libre” corona el escudo mientras que en la versión anterior aparece detrás de la cabeza del ave rapaz.
En definitiva es una lástima que esta versión tan horrorosa, como pueden apreciar al margen del texto, permanezca en el tiempo como testigo de una época en la que todos los españoles quisieron olvidar la barbarie para empezar una nueva era por el camino de la paz y la libertad.
Felipe Osuna Manjón-Cabeza.
Licenciado en Historia
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