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Diamantes de azúcar
29.10.08 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
La crisis hacía que los gangster de la ciudad cenaran con los mendigos de la mediocridad y pidieran con las pistolas sin munición en la recolecta semanal de la iglesia de Saint Gregory. El acoso psicológico general de la ciudadanía hacía intuir que los apartamentos de cartón de Epopeya tuvieran que ser revisados en los planes urbanísticos de los despachos con el fin de darles licencia para vivir mientras fuera, se esfumaba la vida entre sollozos. El frío se hacía espeso entre mis manos. La ventana del apartamento se empañaba de momentos sin luz, las caras de la gente triste hacían presagiar en breve un derrumbe de la soberbia y un alzamiento popular de la dignidad de los pobres. Epopeya se había convertido en una habitación de hotel grande, sin espacios para entenderse, sin lugar para la duda, sin miradas corrientes que encendieran el sueño de un atardecer. Eran las tres de la madrugada y la televisión daba ajustes, el día había sido desolador y el café que me hizo Harry tenía un volcán de cafeína que luchaba contra mis párpados para no que bajaran al espacio silencioso de la desaparición vital durante unas horas.
Cogí el abrigo negro y el paraguas blanco de las grandes noches para bajar a la estación y regocijarme con el espíritu humano que inundaría la oscuridad de aquellas gentes. En las camas de cartón instaladas provisionalmente hasta que el alma volviera a su sitio, había gente de todo tipo y clase social. Estaba Esther Sullyvan, una reputada empresaria que jugó al póker más de la cuenta y perdió el apellido de su marido en una copa de brandy. Me miró con el corazón y no con la mirada porque la tenía perdida. Se arruinó antes de subir las escaleras de su nueva mansión y ahora cree que Marco, un narco simpático que hace negocias a espaldas del diablo, es su mayordomo. La escena era un tanto desoladora. Vi de lejos al director del Bank People, Donovan Queen. No lo podía creer, el ángel caído de la crisis lo había devorado en el primer desayuno de su dilatada experiencia. Donovan se acercó a mí y me preguntó que buscaba allí, su voz estaba rota y sola. Vivo cerca de aquí, a una manzana de camino, suelo venir para sentirme vivo de vez en cuando. Quiso me, antes de beberse el último trago de ginebra de su petaca y caer redondo al cartón que lo protegía, que todos los clientes del banco se habían llevado sus ahorros a casa y sólo quedaba en la caja fuerte el testamento de su mujer que le dejó en herencia un divorcio y las maletas en la puerta de casa. La pesadilla iba creciendo y algunas personas de las que veía allí acurrucadas en la frustración de un objetivo personal yacían sin ningún tipo de esperanza. Todas ellas hace meses desayunaban diamantes con azúcar y algunas utilizaban la etiqueta de su traje para pisar la dignidad de los que no habían corrido la misma suerte que ellos. El caso que más me impactó fue el de Jason Jagger, el principal gestor de los grandes almacenes de la ciudad. Había sido denunciado infinidad de veces ante los sindicatos por mobbing, acoso sexual a sus empleados y empleadas, contratos basura, abuso de poder, impagos y una larga lista de méritos propios incuestionable. Además recuerdo haberlo puesto en primera página de sucesos por casos de incuestionable valor personal. Jagger comenzó a reírse al verme pasear por la estación con mi abrigo negro, mi sombrero a lo Bogart y la libreta dónde escribía la película de mal gusto que estaba viendo. –Que haces aquí? viendo como el tifón de la economía se ceba con gente como yo? –En absoluto señor Jagger, viendo como gente apasionada es condenada al deterioro negro de su existencia y viendo también, como miserables de alto standing como usted pagan con la sociedad todo lo que a ella han aportado. Jagger era un hombre calvo, alto y siempre vestía de blanco a pesar de su obesidad e imagen demoledora. Como ha llegado hasta aquí? Un asunto de faldas y una letra bancaria que sirvió para pagar el último diamante que le regalé a Michael. Michael era su supuesto amante. Aún así estaré aquí poco tiempo, Greta Brown me prometió un cargo a su lado y me dijo que le dejara el currículum en el servicio de su despacho. Dejé de hablar con Jagger porque este personaje sin duda, merecía un capítulo aparte. Olvidé un cigarrillo en el apartamento, mientras buscaba desesperado uno, la suave y dulce mano de Cutty apareció para ponerme uno en los labios besándome a la vez, entonces vi que aquellas horas habían merecido la pena.
Si alguna vez desayunas diamantes con azúcar piénsalo bien, el placer es breve, ser humano es eterno.
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