El pasado 28 de marzo se cumplieron 74 años de la muerte del poeta Miguel Hernández. Falleció a los 31 años de edad en el reformatorio de adultos (en definitiva, prisión) de Alicante en 1942, debido a la tuberculosis que padecía y que se había complicado con otras afecciones. Resumir la vida, los 31 años, de este poeta en un breve artículo es una tarea compleja, osada también; por lo que me arriesgaré con destacar algunos aspectos de ella.
Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.
El primero es su obra literaria. Miguel es autor de los libros de poemas Perito en lunas (1933), El rayo que no cesa (1936), Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939, aunque se perdió en imprenta por la toma de Valencia por parte de las tropas franquistas, editándose de nuevo en 1981); en la cárcel escribiría lo que se conoce como el Cancionero y romancero de ausencias, publicado póstumamente en 1958. También escribió teatro: el auto sacramental que llamó la atención de Neruda Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1933), El torero más valiente (1934), Los hijos de la piedra (1935), el excepcional e inspirador El labrador de más aire (1937), que nos recuerda a Lope de Vega, Pastor de la muerte (1937) y Teatro en la guerra (1937). Menos conocida es su prosa, destacando los cuentos infantiles que escribió en la cárcel.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.
El segundo aspecto de su trayectoria vital es su compromiso social y político. En Madrid se despertaría en él la conciencia a favor de los pobres, aspecto que muestra en poemas y piezas teatrales, por ejemplo, la Revolución de Asturias en Los hijos de la piedra. Siempre leal a la República y a la libertad, no dudó en defenderlas alistándose en el Ejército Popular de voluntarios, pasando posteriormente al 5º regimiento como comisario de Cultura; e, incluso, en enfrentarse a quienes, como Rafael Alberti y Mª Teresa León, organizaron una fiesta en Madrid mientras los soldados luchaban por la República en el frente. Aquí no podemos olvidar que se afilió al Partido Comunista.
Salí del llanto, me encontré en España,
en una plaza de hombres de fuego imperativo.
Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña...
Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.
El tercero es su reconocimiento. ¿Quién puede olvidar las palabras que le dedica Juan Ramón Jiménez por escribir la Elegía a Ramón Sijé? Fue uno de los cinco designados por el Ministerio para que representara a España en el V Festival de teatro soviético que se celebraba en la Unión Soviética en 1937. Se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 1938 ex aequo con Germán Bleiberg, pero no llegó a cobrar el premio... Antes y después de la guerra, Neruda, Cossío y otros intelectuales intercedieron por él y le ayudaron en la medida de lo posible. También lo hicieron otros compañeros suyos en la cárcel, como Luis Fabregat.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
Su memoria, su vida, su obra, no pueden ser manipuladas ni sujetas a unos intereses puntuales. Por ello, visto lo anteriormente expuesto, cualquier parecido con un sindicalista colérico y cierto concejal de Podemos es puro disparate. Además, este ha sido condenado en un régimen democrático por agredir con puñetazos (tristes armas si no son las palabras) a un concejal salido de las urnas; mientras que Miguel fue condenado por republicano, por su ideología, en un régimen fascista. No hay color. Un disparate. Miguel Hernández no merece esta desconsideración, mucho menos a los 74 años de su muerte, mucho menos proviniendo esta de la izquierda.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.