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LA BAJADA PARA UN EXTRAÑO
UNA COLABORACIÓN DE JESÚS CABRERA - Escrito por:
Monturque queda a la espalda. La carretera cruza las Huertas Bajas y el horizonte nos ofrece Cabra derramada suavemente en una ladera sobre la que se alza El Picacho, el lugar donde se erige el santuario de María Santísima de la Sierra, el faro que guía y alumbra a los egabrenses y al que dirigen sus miradas para pedir consuelo o compartir una alegría.
El coche avanza hacia el pueblo en donde el visitante va a descubrir una forma muy especial de celebrar las fiestas de su patrona. Sabe que el traslado de la imagen hasta la localidad reviste unas singularidades especiales que lo convierten en un hecho difícil de olvidar. Quiere aprovechar hasta el más mínimo detalle porque, de antemano, sabe que va a compartir una experiencia que difícilmente tiene comparación.
Pocos lugares dan al visitante la bienvenida con un castillo y una parroquia como la de la Asunción y Ángeles, que se convertirá en escenario de la fiesta mariana que protagoniza el mes de septiembre. Pero hay que buscar acomodo, porque media la tarde, es el día de la bajada y la Virgen está a punto de llegar. La barriada que lleva el nombre de María Santísima de la Sierra se convierte en anfitriona especial de aquello que se ha esperado durante un año, nada menos. Cabra vibra en un día grande.
Jóvenes, mayores, hombres y mujeres, bajan de la sierra satisfechos de haber cumplido, un año más, con la tradición de traer a Cabra a su Virgen. Sudorosos y polvorientos pisan por primera vez el asfalto al terminar el camino de Góngora, junto a los depósitos de agua. El cortejo que ha bajado la escarpada pendiente se disgrega para el acicalamiento necesario antes de que la Virgen llegue a los arcos de la calle Baena. Porque hay un antes y un después en la unicidad de la fiesta: el descenso del santuario, emocionado y ardiente en los estertores del verano que caduca, y la brillante oficialidad de la recepción. Bastón de mando, cohetes, ropa limpia y viejas coplas que le piden desde lo más hondo del alma: “No nos niegues tu favor”. Bajo el templete, una sonrisa parece decir: “Ya estoy aquí otra vez con vosotros”. Misión cumplida.
La imagen de María Santísima de la Sierra también disfruta de esta dualidad del antes y el después que ocurre en un abrir y cerrar de ojos. Si el camino de bajada lo hizo con un austero, rico y elegante manto adamascado, para la entrada triunfal en Cabra –al igual que los egabrenses- luce lo mejor de su ropero: traje de gala para la Reina de los Cielos, terciopelos bordados de la mejor labor para la Madre de todos.
En medio de la alegría por el reencuentro anual, la patrona de Cabra avanza entre vítores que de forma espontánea se convierten en la espita que da salida a la emoción contenida. Es el momento en el que el visitante comprende lo que sufre todo egabrense que no puede estar en su pueblo un 4 de septiembre. No es una fiesta más, es el júbilo común que robustece la identidad de un colectivo. La Virgen de la Sierra es el aglutinante que supera las diferencias, la enseña que no se discute, el eslabón que nos enlaza con quienes nos precedieron y la garantía de que seguirá cada año bajando del santuario para mantener en el mismo amor el pulso vital de quienes nos sucedan. Porque así se escribe la historia de los pueblos.
Cuando se asiste por primera vez a una bajada de María Santísima de la Sierra, uno de los elementos que con mayor intensidad que quedan adheridos a las retinas es el cromatismo de la bandera de la Virgen, ese gran confalón que al ritmo del tambor se agita sobre las cabezas y, a la vez, ondea con orgullo desde balcones y ventanas. Su viva geometría es la abstracción de lo que Cabra siente por su patrona, los colores que resumen –en un código que solo ellos saben descifrar- la devoción que un día mamaron de sus mayores.
La Virgen pasa junto al Ayuntamiento, se aproxima a la parroquia y el visitante se sorprende de que llegando la procesión a su fin no decaiga el ánimo de los egabrenses, muchos de los cuales bajaron del santuario y tienen en sus huesos el cansancio más satisfactorio que cualquiera puede tener. Los actos de la bajada están a punto de finalizar y el ambiente festivo crece en las calles. Claro, es lógico, por delante queda todo un mes para disfrutar de su presencia. Ahora es cuando empiezan las fiestas de María Santísima de la Sierra.
Jesús Cabrera Jiménez
El Día de Córdoba
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