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Tonos grises sobre azul (un caso más).
01.08.2008 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
A través de la lente sucia de sus gafas de lejos, Roxanne, soñaba con los ojos abiertos un nuevo despertar después de la última sobredosis que la condenó al suicidio cerebral. Los titulares de aquel fatídico miércoles en todos los diarios, anunciaban la necrológica de una mujer viva abrazada en la cama del mejor hotel de cinco estrellas para ella, el hospital Saint Vincent. Roxanne era una chica call de 22 años desamparados de vida, absorbidos por el absurdo cuento de hadas de las drogas, la prostitución y el alcohol de las calles de la ciudad más negra. Recuerdo verla subirse a coches de lujo a altas horas de la mañana y volver de madrugada cuando el olor nauseabundo de los hombres y mujeres que la contrataban corría levemente por sus hombros sin despojarse el abrigo de 3000 dólares que le había regalado el jefe del mayor grupo de comunicación de la metrópoli, Leonard Simpson. Todos hablaban de ella, incluso su madre ciega de corazón, preguntaba en la calle si alguien había visto alguna vez el color dulce de su hija que nunca volvió a casa después de comerse el último pastel del día de navidad. Roxanne, después de jugar y arriesgar su identidad caía sin control en el oscuro abismo de la corrupción del alma y la inconsciencia. En esos días salió a la luz una noticia que todos esperábamos en la ciudad, Simpson, estaba metido hasta la cejas en el manantial del tráfico de armas, drogas y corrupción política. Los diarios ardían en las manos de la gente, todos esperaban que ese tipo desalmado y sin escrúpulos, cayera sin paracaídas desde su metro noventa de altura a los tacones de la justicia.
Todos, menos Roxanne, se enamoró de él, de su dinero, de su ambición, de su destrucción, de su perversa mente, de su poligamia, de su corazón alquitranado, de su vida en tonos grises sobre azul. Un azul que no era cielo ni máscara de carnaval veraniego, era el azul de sus ojos reflejado en el afán de una vida sin apuros y un lápiz de labios para decir adiós en el espejo del baño. Ella, al saber de la noticia y de su posible implicación o complicidad, pagó dos meses de hotel y cerró todas las ventanas de la habitación. La oscuridad la hacía débil, escuchaba voces que la llamaban en mitad de la noche para recordarle que era un color sin matiz, veía en los espejos monstruos y escribía pesadillas con el rimmel que le había sobrado de su última cita. No había pasado una semana cuando derribaron la puerta de la habitación a las cinco de la tarde, la policía no madruga en la urbe y menos para encontrar casos perdidos, ella estaba allí en la cama rodeada de anfetaminas, heroína y billetes de cien dólares con forma de barquito. La juez que la envío al hospital certificó su muerte cerebral, Roxanne estaba en coma por culpa de una sobredosis. Las fotos que pudimos ver en los días posteriores al descubrimiento del caso revelaban que la chica sufría alucinaciones y se tomaba el café con cocaína. Un caso difícil, una chica joven con ganas de ser rica al mejor postor, vendiendo su placer y su rebeldía sexual para satisfacer lo que da el dinero y te hace perder el corazón. Seguía en coma después de dos semanas y ya habían escrito alguna canción para ella, hasta habían cambiado el nombre del prostíbulo dónde comenzó a ejercer con quince años creyendo que su tío la llevaba a un parque de atracciones. Roxanne estaba sujeta a una máquina fría y solitaria, su madre no iba a visitarla porque se había olvidado hasta del color de sus ojos. La ciudad es cruel, muy cruel y el poder corrompe. Afortunadamente Simpson está en la cárcel y cuentan algunos topos que desprecia a las mujeres y que nunca se había acostado con ninguna. Roxanne, Jimmy había titulado así a su última canción. Necesitaba un trago en la estación de metro (Epopeya), sonaba la guitarra de Jimmy, un viejo amigo, algo de lo que aún se puede presumir.
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