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En busca de la buena muerte
18.01.15 - Escrito por: Andrés Ruz Montes
Durante los días 14 y 15 de enero he tenido la oportunidad y el privilegio de acudir a Cabra a unas Jornadas que, sobre Humanización y Ética al final de la Vida, ha organizado la Fundación PROMI en colaboración con el Ayuntamiento de la ciudad y a las que mi buen amigo Manolo Buil me había invitado a participar.
Entre la amplia variedad de contenidos que se pueden abordar en este escenario tuve la ocasión de reflexionar en voz alta sobre El Sentido de la Vida, sobre las diferentes etapas o fases por las que pasa el paciente tras el diagnóstico de una enfermedad grave, así como hacer un acercamiento al concepto de dignidad en el proceso de enfermedad y muerte y cómo buscar un sentido al sufrimiento.
Temas que pueden parecernos más o menos interesantes, pero que habitualmente existe la tendencia a esquivar, así como a todo aquello que nos recuerde a la muerte o que esté relacionado con la misma. Yo desde aquí quiero felicitar al lector que, ante el escrito que tiene delante, haya llegado a esta altura del mismo.
Me gustaría ocuparme aunque sea "por encimilla" (como decimos en Cabra) a las dimensiones que encierra el concepto de dignidad en el proceso de enfermedad y muerte, sinónimo de "Buena Muerte", "Bien morir" y "Muerte en paz".
Antes de introducirnos en materia me gustaría aclarar la prudencia que debemos tener al catalogar de digna, menos digna o carente de dignidad, una vida, una muerte o unas condiciones de vida, ya que estas calificaciones pertenecen al ámbito de la subjetividad de quien las está viviendo, por lo que establecer de antemano consideraciones preconcebidas sobre lo que el concepto de dignidad encierra, puede llevarnos a un error o simplemente ser un mero atrevimiento.
El concepto de "muerte digna" surgió en la décadas de los sesenta- setenta del siglo pasado, ante la visión horrorizada de la sociedad frente al nacimiento de nuevas formas de morir (la llamada muerte moderna) relacionadas con el manejo en exceso de los variados procedimientos tecnológicos que el progreso de la medicina había incorporado a su arsenal diagnostico y terapéutico habitual en el paciente grave y cuya aplicación continua y sucesiva conducía a la prolongación de la agonía, demorando extraordinariamente la llegada inevitable de la muerte. La muerte del general Franco fue un ejemplo de ello, quedando como referente de una situación a la que no sería conveniente llegar.
Usamos el término dignidad para referirnos a las condiciones y circunstancias que concurren en el proceso de la muerte. Y éste puede ser poco adecuado o no recomendable por presentarse durante el mismo, situaciones o incidencias que hacen este recorrido poco deseable. El introducir el término dignidad sirve para aspirar o "demandar" unas condiciones consideradas convenientes y adecuadas para ese proceso de morir. Y es en este entorno cuando surge la Ley 2/2010, de 8 de abril, de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de la muerte, sentenciada popularmente con el nombre de "ley de la muerte digna", que intenta de alguna manera garantizar esas condiciones.
La dignidad en el proceso o recorrido hacia la muerte podría estar articulada por los siguientes aspectos o dimensiones: La bondad, respeto y consideración, con que se haya tratado al enfermo y a la familia por todos los profesionales que han intervenido a lo largo del proceso de la enfermedad y en todos los aspectos relacionados con la misma. Ello nos recuerda la importancia que tienen los cuidadores y ayudadores que acompañan al paciente en la aportación y donación de dignidad al mismo. Y esto incluye:
- Una información adecuada a la formación y nivel cultural del paciente así como a los deseos del mismo. Información proporcionada de forma apropiada, con sensibilidad y delicadeza, de forma graduada y escalonada y teniendo en cuenta el parecer de la familia. El conocimiento de la situación permite al paciente realizar un afrontamiento adecuado de la enfermedad y le permitirá llegar a la aceptación de la misma y a un crecimiento personal, envuelto por supuesto en fases de lucha y sufrimiento. Difícilmente podremos hacer una aceptación de la situación si desconocemos la realidad de lo que se aproxima. Esto invalida el pacto de silencio como situación frecuente entre nosotros y que deberíamos evitar, siempre que sea posible, en beneficio del paciente, y por supuesto si son estos sus deseos.
- Una coordinación continuada de todos los profesionales que intervienen en todos los aspectos de la enfermedad y en los diferentes momentos de la misma.
- Una continuidad de la atención, con fácil acceso a la misma y que proporcione al paciente y a la familia acompañamiento, confianza y seguridad.
- Una atención al paciente y a la familia, realizada con respeto y consideración, teniendo en cuenta los deseos del paciente ante las diferentes necesidades que aparezcan y cuidando de las pequeñas cosas tanto en el hospital como en el domicilio.
? Un Abordaje integral: físico, emocional social y espiritual realizado por profesionales competentes y compasivos, especialmente preparados para este tipo de situaciones.
Así se hace necesario el control de los síntomas físicos, y la atención a la presencia de sufrimiento y a sus distintos componentes para ayudar al paciente a encontrar sentido y poder llegar a la aceptación y trascendencia que suelen venir de la mano del sosiego, de la paz y de la serenidad, elementos deseables y característicos de la tan deseada buena muerte. En este contexto, un elemento facilitador para llegar a la aceptación es una adecuada atención a las necesidades espirituales del enfermo que le permita encontrar sentido al sufrimiento, sienta la importancia de su relación con los demás, se libere de sus culpas y se reconcilie con su pasado, teniendo siempre en consideración sus creencias.
- Los aspectos relacionados con el lugar de la muerte, pasan siempre por los deseos consensuados del enfermo y de la familia que sería conveniente se expresaran, y por los cuidados necesarios que la evolución de la propia enfermedad determine. Sea donde fuese en el domicilio con los recuerdos, o en el hospital por la necesidad de atención, el lugar de la muerte no resta dignidad al proceso de la muerte.
- Con relación al uso de técnicas invasivas, si éstas se utilizan de acuerdo con las necesidades detectadas en el paciente y consensuadas con el mismo y/o con la familia no repercuten en la dignidad del proceso de la muerte. Lo mismo cabría decir de la situación en que se hace necesario, por la aparición de un síntoma refractario, disminuir el nivel de conciencia mediante sedación paliativa.
Para terminar hemos de resaltar la importancia que la vida vivida por el paciente tiene en la dignidad del Proceso de muerte. Está claro que la dignidad del proceso de muerte vendrá determinada por la forma de morir pero también por la forma de vivir. Una vida bien empleada permite reconocer que la muerte es el último capítulo de una historia llevada a su término con plenitud. Nada hay que dé a la muerte mayor dignidad que la vida que le precedió. "El mensaje que será recordado no se escribe o redacta en las últimas semanas o días... sino en las décadas que lo precedieron". "Como se vive, se muere".
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