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La Atalaya, la montaña ollada de leyendas

16.02.20 - Escrito por: Pablo Luque Valle, Rafael Bermúdez Cano, Abén Aljama Martínez y Eduardo García Guasch

Muy cerca del casco urbano de Cabra, hacia el Norte, existe un conjunto de cerros conocido como La Atalaya, formados por dolomías masivas rodeadas de arcillas versicolores y yesos. El monte más lejano de la ciudad tiene una altitud de 557 m.s.n.m., el intermedio es el más alto con 587 m.s.n.m., donde se haya el vértice geodésico con número de registro 98929 de la red española, conocido como Atalaya II, y el más cercano a la ciudad alcanza una altura de 567 m.s.n.m., en cuya cima se encuentra los restos de una antigua torre vigía de origen medieval.

De este paraje natural, reconocido por nuestros vecinos, desvelaremos la existencia de tres cavidades naturales gracias al siguiente relato que une dosis de realidad con la ficción de los autores y la tradición oral de los egabrenses.

«Según cuenta Albornoz (1909), fuese Egabro ocupada por los árabes en el año 717, de la mano de Tarik, hasta la reconquista de los cristianos el 15 de agosto de 1240 por el Rey Fernando III de Castilla. Durante esa época musulmana, engrandecieron éstos la ciudad edificando un importante castillo sobre las ruinas de la antigua fortaleza romana.

No muy lejos de la antigua villa emerge el primero de los montes nombrados más arriba. Se dice que, en el tiempo de los musulmanes, se cobijaba un pastor con su hato de cabras en la pequeña "Cueva del Pastor"; dicho abrigo natural se halla en la falda Sur orientado al pueblo, mientras el ganado se resguardaba en su redil construido en la "Calle de la Amargura". Al anochecer, aquella circunstancia fue aprovechada por los cristianos para llevar a buen recaudo su ansiada reconquista. Cuenta la leyenda (García Roldán, 2015) que cogieron ese gran rebaño de cabras a las que les ataron a los cuernos dos antorchas, una en cada asta. Al tiempo que los cristianos daban grandes gritos y las asustaban con piedras lanzadas por las hondas desde la "Silla del Rey", "Calle de la Amargura" o "Balcón de Pilatos" entre otros, los animales bajaron en tropel cerro abajo con los hachones encendidos. Los sarracenos, al divisar tantos fuegos y al oír el pavoroso ruido, creyeron que era un poderoso ejército y huyeron. Los cristianos, sin esfuerzo conquistaron Cabra. Gracias a aquella estrategia, nos dice la tradición oral, que el escudo de esta ciudad se presenta dividido en dos campos, el de arriba muestra dos cabras rodeados de estrellas de plata, y el inferior, se dibujan las cabezas de cinco musulmanes (García Roldán, 2015).

Aquella hazaña fue seguida por el Rey Fernando III montado en su corcel desde lo más alto del cercano cerro, que tiempo después se le llamó del Calvario. Al amanecer, el monarca ascendió a la primera cumbre del monte de La Atalaya, allí contempló la reconquista de la villa. La pisada de su caballo fue tan potente y mágica que dejó la huella de uno de sus cascos en la piedra caliza. Entonces le salieron alas al caballo y el Santo Rey subió al cielo. La "Pisá del Caballo", se cuenta que cuando le apunta el sol la huella brilla como una estrella del cielo y su destello señala la localización de un gran tesoro (García Roldán, 2015).

Hoy sabemos que Fernando III no ascendió al cielo, y en Cabra, tuvo otra importante misión. La de recuperar la Virgen de la Sierra de la Cueva de la Aparición arriba en el Picacho de Cabra, tal y como nos relata de nuevo la tradición oral (Luque-Valle, 2017)».

Es la cavidad de menor dimensiones de las tres existentes en el primer monte, la oquedad sin interesantes espeleotemas presenta forma triangular en su interior con una boca de entrada de 2,70 m. x 1,40 m. que se va estrechando hasta alcanzar un desarrollo de 4,65 m. Emplazada en la ladera Sur en su extremo Este y localizada por encima del polígono industrial La Atalaya a una altitud de 516 m.s.n.m. Dicha abrigo figura en el Catálogo de Cavidades del Parque Natural de las Sierras Subbéticas y su entorno, realizado por el Grupo de Espeleología G-40 de Priego de Córdoba, con el número G-40-CA-47.

«Pasaron décadas de relativa tranquilidad por estas tierras fronterizas con el reino nazarí de Granada. Entre tanto, convirtiese nuestro monte protagonista en el lugar elegido para erigir por la Casa Señorial de Baena y Cabra (Sánchez y Hurtado, 1994) una torre vigía, llamada atalaya en arábigo, y conocido por nosotros como Torre de La Atalaya, la cual da nombre a la cresta que la sostiene. En el siglo XV se intensifican los actos bélicos, provocando el paulatino declive del Reino de Granada, y casi la última empresa bélica de importancia por parte del séquito Nazarí es la famosa Batalla de Lucena en 1483, en la que las tropas del Conde de Cabra hacen retroceder al ejército musulmán hacia Loja y se produce la captura del sultán del reino nazarí de Granada Abû ?Abd All?h «az-Zughbî» Mohammed ben Abî al-Hasan ?Alî, nombrado por los musulmanes granadinos como Bu Abdal-lah o Bu Abdil-lah derivando en Boabdil el Chico para los cristianos. El cuál, como un preso más es trasladado a las mazmorras del Castillo de Lucena el 21 de abril de 1483. Cuentan las crónicas que estuvo días preso en Lucena (Amezúa, 1915; Serrano, 1924), los historiadores han de confirmar si después pasó preso al Castillo de Cabra en su camino hacia Córdoba, como asegura Albornoz (1909); nos obstante, la leyenda nos cuenta que en su encierro en la Torre del Homenaje del Castillo de Cabra sucedió lo que acontece: existía un pasadizo, estilo catacumba, que comunicaba esta fortaleza con una cueva situada en la montaña llamada Las Atalayas. Unos cuentan, que un traidor que era moro, haciéndose pasar por cristiano, le señaló a Boabdil y a los moros el camino para fugarse de aquella prisión; así lo hicieron y desde aquel día, a la salida del túnel que se abre por la cueva se le llamó "Raja de los Moros" (Roldán García, 2015). Otros paisanos afirman, que muchos musulmanes intentaron liberar al Rey Boabdil por la "Raja de los Moros" pero no lo consiguieron porque durante la noche los perros estuvieron ladrando de forma distinta y los campesinos de los alrededores vieron movimientos extraños en el cerro de Las Atalayas, descubriendo la treta. Los moros, fieles de Boabdil, fueron vencidos y arrojados a la Sima de Cabra (Roldán García, 2015)».

Hoy conocemos que la "Raja de los Moros" o "Raja del Moro", también situada en la ladera Sur en su lado Oeste, debajo del "Balcón de Pilatos" y por encima del nuevo depósito de agua, la diaclasa se localiza a una altitud de 507 m.s.n.m. con boca en el suelo de aproximadamente 1 m. x 0,6 m. en forma de trinchera con un resalte de 2 m. para a continuación presentarse un pozo de entrada de unos 7 m. acabado en un cono de derrubios formado por tierra y piedras sueltas. Su interior es de itinerario descendente, hacia el Sur se avanza unos 6 m. en el que se topa con una ancha columna que corta el paso, tras ésta es impracticable para una persona y su desarrollo es de unos pocos metros más; en cambio, al Norte su desarrollo es mayor, una roca de dimensiones medias está encastrada en la diaclasa, se sobrepasa por arriba o por abajo, para topar con un bloque de mayores dimensiones que impide toda progresión humana, aunque aparentemente la cavidad continúa. Las paredes de la sima apenas presentan concreciones, salvo algunas testimoniales coladas. Su desarrollo total es de unos 30,50 m. y un desnivel absoluto de 12,50 m. Dicha cavidad se encuentra registrada con el número G-40-CA-22 en el mencionado catálogo. La Torre del Homenaje del Castillo de Cabra se localiza en rumbo 186º desde el pozo y a una distancia en línea recta de aproximadamente 900 m.

«Tiempo después, con la libertad de Boabdil por el propio Rey Fernando el Católico, la relación entre cristianos y musulmanes se estrecha; hasta el punto de convivir juntos en la misma ciudad y proclamarse amor. Eso ocurrió en Cabra. En aquél tiempo, una bella joven cristiana y un aguerrido príncipe árabe se enamoraron ocurriendo lo que tan magistralmente escribe en romance Rafael Paniego Vélez (1976):

En las antiguas leyendas que dan noticias de Cabra
se nos cuentan los amores entre un moro y una cristiana.
La niña es flor de hermosura de nuestra tierra huertana.
El moro fiero, aguerrido, cetrino del sol de Arabia;
ella cristiana ardorosa, él mahometano sin tacha.
Isabel Guzmán de Alarcos la doncellita se llama.
Aben-Abbás el guerrero de amor requiere a la dama,
mas ella por condición, para ser por él amada,
al sarraceno le exige que abrace la fe cristiana
y que además le demuestre que sus creencias rechaza.
Aben-Abbás se retira a una cueva en la Atalaya
y, cenobita de día, en noches de luna clara
baja a un lugar escondido y, por cincel cimatarra,
va esculpiendo de una roca una Cruz para su amada.
Pero, según lo que dicen las leyendas ya citadas,
una noche, sorprendido por una hueste cristiana,
encontró alevosa muerte mientras su obra tallaba.
Cuando se enteró Isabel de tan terrible desgracia
mandó terminar la Cruz y, en memoria de aquel drama,
quiso que una hermosa ermita se le fuera levantada.
A partir de aquellos tiempos la gente empezó a llamarla
con el nombre conocido por toda nuestra comarca
de la Cruz de Aben-Abbás y, la cueva que habitara,
como la Raja del Moro se la conoce aquí en Cabra.

El pétreo escondite en La Atalaya de Aben-Abbás, vástago de la dinastía nazarí, bien pudo ser la "Cueva de la Higuera", apta para cobijarse y dormir. Cavidad que muchos egabrenses, amen a su fisonomía en forma de grieta, la confunden con la denominada "Raja de los Moros" o "Raja del Moro"».

Esta cueva es la más centrada en la ladera Sur de las tres. Emplazada a una altitud de 534 m.s.n.m. justo debajo de la "Calle de la Amargura". Está formada por dos fracturas que se cortan trasversalmente; la primera, por ser la más ancha, posee una orientación Noroeste (318º), que bien pudiera ser el origen de la propia "Calle de la Amargura" -a catorce pasos al Este de la entrada de la cavidad continúa la fractura- y, una segunda o secundaria con una orientación Norte (17º). La fractura principal a cielo abierto muestra un trazado rectilíneo arrancando a ras de suelo y prácticamente sin desnivel, dicha trinchera alcanza una longitud de unos 10 m. de longitud y una altura de 5 m. en el lugar donde se inicia el desarrollo subterráneo de la cavidad. Su anchura en inicio es de 2,72 m., disminuyendo centímetros hasta llegar a la parte más distal con 1,60 m. Su base está tapizada de hojas caídas de la higuera que le da nombre, junto a dos grandes bloques rocosos y varios más pequeños. El suelo prácticamente no posee desnivel.

Al final del mismo se inicia realmente la cueva con una altura de 2,13 m. para dar paso a de inmediato a una frontal gatera, con boca de 0,55 m. de altura y 1 m. de ancho, cuyo recorrido se va cegando progresivamente por acumulo de pequeñas piedras. En este punto a mano izquierda de la fractura principal es impracticable para una persona; a mano derecha continua 7 m. en rampa terrosa ascendente, arranca con una altura de 1,20 m. con una anchura máxima al inicio de 1,4 m. que se estrecha en su parte final, galería que va buscando en altura la superficie. Precisamente un gran bloque empotrado entre las paredes provoca la escasa altura en el inicio de su desarrollo. La cavidad está cegada en algunas localizaciones por bloques originados por desprendimientos y también quizás por acción antrópica, tras los cuales se intuyen algún desarrollo mayor. La cavidad no presenta significativos espeleotemas más allá de algunos granulados de escaso porte y una colada parietal que deja algún que otro medio relieve en el pasillo principal. En total la cavidad cubre un desarrollo horizontal de 16,6 m. y un desnivel de 4,2 m. Dicha cueva se encuentra registrada con el número G-40-CA-07 en el mencionado inventario de cavidades.





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